Paraguay: la «República de la soja» devoró casi 650 mil hectáreas de bosque de la cuenca del Paraná
Deforestación de la cuenca del Paraná
Un rastreo satelital con algoritmo revela que, en los últimos 20 años, la soja arrasó los bosques que estaban sobre las fértiles tierras de la cuenca del río Paraná asentada en territorio paraguayo, impulsado por la economía trasnacional de extracción y exportación agraria.
Escribe: Arístides Ortiz Fotografía: Cecilia Rojas Análisis y visualización de datos: Data Crítica y Nacho Catalán
Minga Guazú es un municipio ubicado en el corazón del departamento de Alto Paraná. Hace un poco más de dos décadas su perímetro territorial estaba abrazado por el impenetrable Bosque Atlántico del Alto Paraná. Pero aún contiene las tierras más ricas y fértiles del país. En este distrito, por el que cruza la Ruta 2 José Gaspar Rodríguez de Francia, vive hace más de 30 años Tomás Zayas, agricultor y dirigente de la Asociación de Agricultores de Alto Paraná.
Zayas ha visto en estas últimas tres décadas cómo miles de agricultores con sus familias -muchos miembros de su organización- transitaron aquella ruta para integrarse a los barrios pobres que cada vez más se amplían alrededor de Ciudad del Este.
«Con el modelo del agronegocio, la producción de alimentos de la agricultura familiar recibe un golpe de muerte, porque miles de agricultores venden sus parcelas, dejan de cultivar y migran a las ciudades», dice Zayas, y agrega que «los agricultores no solo son expulsados de sus tierras, sino que, antes de migrar, son envenenados con millones de litros de agrotóxicos que se derraman sobre las plantaciones de soja».
Minga Guazú es solo uno de las decenas y decenas de distritos paraguayos asentados sobre la superficie de la Cuenca del río Paraná de 5,5 millones de hectáreas, y es también tan solo uno de los miles de municipios y alcaldías de Paraguay, Brasil y Argentina cuyos territorios fueron pelados por el cambio de uso de suelo para, en el caso paraguayo, la extensión de la interminable mancha verde de la soja.
La acelerada expansión de la frontera agrícola y ganadera fue devastadora para los bosques de toda la región hidrográfica del Paraná y su ecosistema, tal como muestra este mapa interactivo. La superficie de esta hidrografía ha perdido, entre el 2001 y el 2021, 15 millones de hectáreas de cobertura forestal, un número frío, pero que representa casi todo el territorio de Uruguay, y que equivale a 23,5 millones de campos de fútbol. De este total, 693.000 hectáreas desaparecieron en territorio paraguayo, un espacio superior al territorio de Palestina, de 622.000 hectáreas.
Más de seis meses de investigación revelaron, por primera vez, el impacto de la agricultura y la ganadería en la cobertura forestal de la cuenca del río Paraná con mapas, números e informaciones. A través de la digitalización y geoposicionamiento de mapas analógicos oficiales de la cuenca del Paraná, Hína y la organización Data Crítica generaron archivos geojson para toda la región trinacional de la cuenca del Paraná (Brasil, Paraguay, Argentina) y por cada país. Estos datos fueron clasificados y alzados a la plataforma de Global Forest Watch, donde se utilizó un algoritmo de detección automatizada para ubicar las zonas de pérdida de cobertura forestal. La precisión de la detección es de entre 94 y 96 %.
La migración brasileña a Paraguay
Jonas Piovesan es un poblador del municipio de Raúl Peña, también ubicado en el Departamento de Alto Paraná. Vive en su casco urbano. De piel blanca, cabello rubio y ojos azules, habla un castellano salpicado de tonos y palabras portugueses. Piovesan es un típico brasileño de origen europeo que, junto a miles de sus compatriotas, migró a inicios de 1970 a Paraguay atraído por los favores de la política migratoria del entonces dictador Alfredo Stroessner, con precios muy bajos para adquirir tierra y sin impuesto inmobiliario. “Mi papá fue uno de los pioneros que llegó al Alto Paraná para trabajar…”, recuerda. Entonces él tenía 3 años, hoy tiene 51. La ola de inmigrantes brasileños llegaba a Paraguay para cultivar trigo y soja, principalmente. Detrás de los colonos –hoy la mayoría organizados en grandes cooperativas– llegaron los capitales brasileños de inversión. “Cuando yo llegué, todo esto era monte”, rememora Jonas.
Antes del 2001, Raúl Peña tenía mucha más población. “Los habitantes de las colonias rurales del distrito vendieron sus tierras y se fueron hacia las ciudades más grandes del departamento”, cuenta Gustavo Cano, intendente de Raúl Peña. Sin infraestructura, sin apoyo del Estado y persuadidos por las altas ofertas de compra de los empresarios y colonos brasileños, vendieron sus parcelas abandonando sus cultivos familiares. Migraron a los asentamientos de pobres en la periferia de urbes como Ciudad del Este, Santa Rita o Presidente Franco.
Aquellas 693.000 hectáreas desmontadas se extendían, exuberantes, en la cuenca baja del Paraná, una superficie esparcida en los departamentos fronterizos o cercanos a Brasil como Alto Paraná, Canindeyú, Caaguazú e Itapúa. Solamente 50.000 hectáreas fueron desmontadas a causa de los incendios forestales y unas pocas miles por el cultivo de cannabis sativa. Más de la mitad de los propietarios de tierras cultivables en Alto Paraná y Canindeyú son brasileños, mientras que en los otros departamentos oscilan entre el 30 y el 15 %.
El surgimiento de la onda expansiva de la frontera agrícola en la cuenca ocurrió en Brasil, a principios de 1960, y luego cobró fuerza en el este de Paraguay, hacia la frontera con aquel país, a inicios de 1980. Desde este primer año no ha parado de expandirse, aprovechando el rico ecosistema y la comunicación fluvial del río Paraná, las políticas económicas de extracción y exportación de materia prima y la creciente demanda de granos de los mercados del mundo, principalmente los de los países industrializados.
Los ocho departamentos de Paraguay asentados sobre la superficie de la cuenca -principalmente Alto Paraná, Itapúa y Canindeyú- tienen alta producción agrícola, pero casi nada de ganadera, ya que la ganadería vacuna se desarrolla en el centro y sur de la Región Oriental y en toda la Región Occidental o Chaco. Ya antes del 2001, un mar de soja, trigo y maíz se derramaba sobre parte de las 5,5 millones de hectáreas de la cuenca en Paraguay, y continuo su extensión después de aquel año. Hoy hay 3,3 millones de hectáreas de la planta verde sobre e incluso más allá de la superficie de la cuenca; ocurre lo mismo con 809.000 hectáreas de cereales (trigo y maíz). Puede decirse que la producción paraguaya es una extensión del gigantesco complejo agroexportador del Brasil para el cual el límite fronterizo no existe.
Guillermo Ortega, investigador del centro de estudios Base Investigaciones Sociales, afirma que las plantaciones de soja «han cobrado una soberanía propia» en los tres países tributarios de la cuenca del Paraná; la soja -agrega Ortega- rompe las fronteras limítrofes de estos países y construye un espacio propio de producción y exportación, «cumpliendo el anuncio publicitario de la empresa trasnacional Syngenta, en el 2006, de crear una ‘República Unida de la Soja'». Esta república ficticia tiene número preciso en la cuenca: 27 millones de hectáreas de soja han suplantado a los bosques de hace 40 o 50 años atrás.
El último estudio realizado este año por científicos del Centro Común de Investigación de la Comisión Europea y el Sistema de Información sobre Sequía para el sur de Sudamérica es categórico: el cultivo extensivo de la soja, el trigo, el maíz y la pastura del ganado vacuno son la causa de la deforestación de la Gran Cuenca del Plata y de su subcuenca, el Paraná. Y va más allá: la última sequía entre 2019 y 2021, que causó una histórica disminución del caudal del río Paraná y sus afluentes, fue agravada por el cambio de uso de suelo y su consecuente deforestación; lo agravó modificando el ciclo de lluvia que cae principalmente en la naciente del río, en la cuenca alta del Paraná, ubicada en Brasil.
Los emprendimientos ganaderos y agrícolas eludieron o transgredieron en las últimas dos décadas las frágiles leyes que los Estados de los tres países dictaron para regular el cambio de uso de suelo y su impacto adverso en el ambiente, en la salud y la economía de las poblaciones rurales. La escasa voluntad de los poderes judiciales y los legisladores, y el argumento de fondo de que la exportación de la agroganadería genera altos ingresos de divisas a los tres países apañaron los delitos ambientales cometidos por los grandes productores agroganaderos.
En el caso de Paraguay, las hectáreas deforestadas sobre la cuenca son una flagrante violación de la Ley de Deforestación Cero, vigente desde 2004 en la Región Oriental del país. Esta ley prohíbe la deforestación bajo pena de multa y cárcel a los infractores, pero hasta hoy no hay un solo condenado, sino apenas la aplicación de multas a algunos productores con montos insignificantes.
Extracción de materia prima y comercio global
La desaforada producción agropecuaria en la cuenca del Paraná en los últimos 60 años tiene una poderosa motivación: los altos precios que las materias primas tienen en el mercado internacional, que se consumen directamente o sirven para producir otros productos (commodities). Con la guerra en Ucrania (que involucra a los Estados occidentales, China y Rusia) se han disparado los precios de los alimentos que se producen en la cuenca.
El gráfico de abajo muestra los ingresos de divisas que en 2021 recibieron los países tributarios de la cuenca por la venta de sus productos agropecuarios. Los ingresos provienen de China, la Unión Europea, Israel, EE.UU., India y Rusia, destinos principales de la producción agropecuaria en la cuenca. La soja se destaca como el gran rubro de ganancia de los tres países, con el que Paraguay tuvo un ingreso de divisas de 3.000 millones de dólares en el 2021.
Las zonas de los tres países asentados sobre la superficie de la hidrografía son las de mayor movimiento económico comparado a otras zonas. En el caso de Argentina y Brasil, son los que más contribuyen con el pago de aranceles e impuestos (por encima del 30 % del total de lo exportado) al presupuesto de gastos anual; esto no ocurre en Paraguay, porque el sistema tributario (con una presión que oscila apenas el 10 %) casi no grava los productos agropecuarios.
Las ganancias económicas que dejan a los países la exportación de materia prima basada en una economía de extracción pueden ser relativas, algo que se acentúa en el contexto del aumento de la temperatura del planeta y los climas extremos que hoy se viven.
El economista paraguayo Luis Rojas, investigador de la organización Heñói, explica que vender materia prima sin industrializar genera muy escaso valor agregado como fuentes de trabajo, distribución horizontal de los ingresos y elaboración de productos manufacturados que luego se vuelven a vender. “Un modelo como el de la agroexportación que se desarrolla en la cuenca usa demasiada tierra y recursos naturales y las divisas que genera benefician a un pequeño sector de la población”, describió.
Rojas advierte que, si el ritmo de la deforestación de las últimas dos décadas continuara otros 20 años más, “la producción agropecuaria podría llegar incluso a ponerse en riesgo, y con ello la economía de los tres países ”, ante la previsible desaparición de las condiciones ambientales y climáticas que posibilitan el cultivo y el transporte de los productos.
Créditos:
Edición: Joseph Poliszuk
Asistencia periodística: Norma Flores Allende (Paraguay), Jorgelina Hiba (Argentina) y Aldem Bourscheit (Brasil)
Ilustración: Andrés Peralta.
Esta publicación es una producción periodística del medio Hína, con la colaboración de la organización Data Crítica. Tuvo el apoyo del Consorcio para Apoyar el Periodismo Independiente en la Región (CAPIR) liderado por el Institute for War and Pace Reporting (IWPR)