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Desde una perspectiva ética, parece impensable a esta altura de la historia justificar la existencia de la monarquía, una institución no electa que es parte integral de un sistema que se pretende democrático como el Reino Unido
Escribe: William Costa
Noticias de la muerte de Isabel Windsor, la monarca británica que más tiempo reinó, llenan los medios de Reino Unido y de muchas otras partes del mundo.
Antes de pasar a analizar la coyuntura, hay que cumplir con la obligación no escrita (pero impuesta con empujones y esposas) de reconocer que sí, la muerte de cualquier persona es triste para sus seres queridos. Indudablemente. Sin embargo…
…que las instituciones del Estado británico y los medios hegemónicos impongan la idea de que estamos viviendo un evento sin connotaciones políticas, sin más implicaciones que un supuesto llanto universal compartido entre la familia Windsor y todo el pueblo británico, es una falta de respeto al sentido de justicia ética, económica y política de los ciudadanos (¿o somos súbditos nomás?) del Reino Unido.
Los eventos de los últimos días claramente están produciendo un impacto enorme y desmedido en muchas áreas de las vidas de las personas, sobre todo en el importante sector de la población que busca la abolición de la monarquía y la declaración de una república.
Primero, en lo económico, el costo del entierro será enorme. No hay cifras sobre cuánto se gastará en el funeral y las ceremonias de ascensión de Carlos. No obstante, se estima se gastará mucho más que los 5,4 millones de euros (6,2 millones de dólares) de fondos públicos que se gastaron en el funeral de la madre de la reina en el 2002. Que esto pase en momentos de profunda crisis económica en Reino Unido, cuando muchas familias temen no poder calentar sus casas durante el invierno largo y duro que pronto llegará, es difícil de comprender.
Además, la imposición de un periodo oficial de llanto de diez días ha implicado la cancelación de incontables eventos públicos – eventos deportivos, festivales – y una suspensión de gran parte de las actividades económicas del país. El costo total de la muerte de una señora de 96 años será astronómico.
Ante estas circunstancias reina la censura, un cerco mediático, sobre Irlanda del Norte, Gales, Escocia e Inglaterra. A lo largo de nuestros países hemos visto la detención injustificada e injustificable de personas que se han atrevido a cuestionar estas circunstancias que buscan fortalecer los privilegios de la familia Windsor y de la institución de monarquía que los sostiene.
Una mujer alza una pancarta – “Que la monarquía sea abolida” – en Edimburgo. Detenida. Un hombre en Oxford grita “¿Quién le eligió?” durante un acto para marcar la ascensión de Carlos. Detenido. En Edimburgo un hombre le grita al príncipe “Andrew, sos un viejo enfermo”, quien está involucrado en un caso de abuso sexual de una menor de edad. Violentamente tirado al piso por miembros del público y detenido.
Más allá de estas injusticias de los últimos días, generadas directamente por el evento de la muerte de la señora Windsor en sí, también estamos viendo el proceso de continuidad de la institución de monarquía. Asume el nuevo rey Carlos para seguir con el show. Y, otra vez, el pueblo debe aceptar y rendir homenaje a un jefe de Estado no electo.
No obstante, sí existe un movimiento republicano en Reino Unido, y seguirá fortaleciéndose y presentando sus argumentos para la abolición de esta institución nefasta.
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Desde una perspectiva ética, parece impensable a esta altura de la historia justificar la existencia de la monarquía, una institución no electa que representa parte integral de un sistema que se pretende democrático y hasta emplea el concepto de la promoción de la democracia para justifica sus medidas bélicas en otras partes del planeta.
Mientras los gobernantes hablan de la existencia de una meritocracia—y emplean un discurso que afirma las posibilidades de progresar mediante el trabajo—la continuidad de una estructura que privilegia el poder hereditario es una representación clara de la normalización de las desigualdades, racismo y clasismo que afligen la sociedad.
Reino Unido es uno de los países con mayor desigualdad de ingresos de Europa—esto es sin querer realizar una comparación con las enormes desigualdades que se ven en Paraguay y otros países de América Latina.
La movilidad social ha bajado significativamente en los últimos años mientras varios gobiernos del derechista Partido Conservador han implementado políticas de austeridad, cortando servicios públicos que han impactado fuertemente en las personas más vulnerables.
Al mismo tiempo, dos de los últimos cuatro primeros ministros del país—Boris Johnson y David Cameron—han sido de la alta élite social y económica. Los dos son exalumnos del colegio de Eton—el colegio privado más prestigioso y exclusivo del país—y estudiaron en la Universidad de Oxford, otra institución que históricamente se ha llenado de miembros de la clase más poderosa y adinerada.
La continuación de la monarquía es una muestra clara de la normalización de estas brechas sociales que existen en el país y una forma de legitimar las jerarquías que siguen oprimiendo gran parte de la sociedad tras siglos.
Los privilegios de toda esta clase de élite se manifiestan en la persona del monarca, cuenta con impunidad total ante la ley: es imposible que cometa un crimen desde una perspectiva jurídica.
En lugar de escandalizarnos, la impunidad y el anticuado poder total muchas veces causan fascinación; solo hay que fijarse en el enorme éxito de la serie The Crown.
Por ejemplo, la embajada británica en Paraguay recientemente realizó un concurso por Twitter en el marco del jubileo de platino de Isabel Windsor donde, para ganar premios de la empresa Land Rover, los tuiteros solamente tenían que responder a la pregunta “¿Su Majestad tiene registro de conducir?”
Y no, no tenía. Claro, el monarca es la única persona del país que no tiene necesidad de acatar las leyes. Sin embargo, las autoridades diplomáticas no señalan la enorme corrupción e injusticia de este hecho, sino que las usan para genera curiosidad y una perversa marca país que viola los mismos principios de igualdad y democracia que, supuestamente, la monarquía ha enviado sus tropas a establecer en incontables países.
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La monarquía también representa un costo económico muy real para el país, más allá del enorme costo adicional de la muerte de Isabel y la ascensión de Carlos. El gasto directo en la familia real subió a 87,5 millones de euros en el 2021.
La principal organización de activismo republicano de Reino Unido, Republic, ha calculado que el verdadero costo es de 345 millones de euros (431 millones de dólares) si se incluyen gastos relacionados a seguridad, viajes, y el dinero que la familia real gana con sus extensas tierras de origen éticamente polémico. En comparación, el presidente irlandés representa un costo de £4 millones
Los defensores de la monarquía suelen responder a estas cifras con el argumento de que la monarquía genera ingresos para el país mediante el turismo: 500 millones de euros (625 millones de dólares) según la organización estatal de turismo VisitBritain. Sin embargo, esto representa solo un 0,3% de las 127 mil millones de euros (158,7 mil millones de dólares) generadas por el turismo en Reino Unido cada año, y solo un 0,01% de la economía británica en total.
Además, hay poca evidencia que vincula estos ingresos directamente con la familia real. Francia, una república, es el país más turístico del mundo, y sus palacios siguen siendo destinos turísticos increíblemente importantes a pesar de la ausencia de una reinas, reyes, príncipes y princesas.
También cabe destacar que el uso de un argumento económico para justificar la continuidad de una institución antidemocrática y éticamente dudosa es amoral.
El Jubileo de este año implicó aún más gasto.
El gobierno británico destinó 28 millones de euros (35 millones de dólares) a las celebraciones que describe como “un espectáculo que se ve una vez en una generación”. En adición, gastó 12 millones de euros (15 millones de dólares) en un libro Queen Elizabeth: A Platinum Jubilee Celebration (La reina Isabel: una celebración del jubileo de platino) para niños en edad escolar. Claramente las autoridades buscaban invertir invirtiendo en el adoctrinamiento de la próxima generación de súbditos.
Las municipalidades del país usaron más fondos públicos para eventos locales en esos días. En mi ciudad natal de Brighton and Hove, una ciudad mediana, hubo 71 fiestas en espacios públicos.
A nivel internacional, como en Paraguay, las embajadas británicas están emplearon sus recursos humanos y económicos para la celebración: ¿quién sabe cuánto se gastó en total en un momento cuando el costo de vida aumenta dramáticamente en el país?
Gastar tantos fondos públicos en la celebración del jubileo de una persona con una fortuna personal estimada de 345 millones de euros (31,5 millones de dólares)—además de haber escondido 10 millones de euros en paraísos fiscales—es un insulto al pueblo y un sinsentido.
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Un análisis histórico de la monarquía británica también demuestra el origen horrendo de su posición, poder y plata.
La invasión de Inglaterra en 1066 por el duque normando Guillermo el Conquistador (Guillermo I de Inglaterra) implicó la concentración de todas las tierras del país en las manos del nuevo rey. Repartió gran parte de este feudo entre sus acompañantes, quienes se convirtieron en una aristocracia que sigue hasta el día de hoy.
La sangrienta invasión normanda incluyó la Masacre del Norte, una campaña durante la cual Guillermo eliminó el 75% de la población del norte de Inglaterra, un evento que tienen características de genocidio.
Las amplias tierras que siguen en manos de la monarquía y los aristócratas hoy son herencia directa del saqueo de Guillermo, y las usan para seguir enriqueciéndose.
La reina recibe el 25% de las ganancias del Crown Estate, un área de 135.974 hectáreas con un valor de £14,1 mil millones (USD17,6 mil millones). Aunque la otra parte de las ganancias—el 75%—pasa al Estado, duele que una sola familia reciba tanto dinero de tierras que éticamente deberían ser del pueblo.
En adición al Crown Estate, la familia real también mantiene un legado de dos feudos de los cuales sí reciben el 100% de las ganancias de millones de libras. El nuevo Príncipe de Gales, William Mountbatten-Windsor, pasa a controlar un área de 52.970 hectáreas conocido como el Duchy of Cornwall, y su padre Carlos ahora hereda las 18.484 hectáreas del Duchy of Lancaster.
Más allá de las posesiones de la familia real, la aristocracia posee en total una tercera parte de las tierras del Reino Unido.
En su libro Who Owns England? (¿De quién es Inglaterra?), el escritor Guy Shrubsole calcula que más de la mitad de Inglaterra está en manos de menos del 1% de la población.
Y así, en estas fechas, en lugar de celebrar los “logros” de la reina y la nobleza, deberíamos buscar formas de cambiar esta situación y recuperar las tierras. Es una historia muy distinta, claro, pero, como Paraguay, Reino Unido también cuenta con sus usurpadores y sus tierras malhabidas.
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A nivel político la monarquía también representa una carga negativa enorme para la democracia británica.
Como jefe de Estado, en teoría, el monarca tiene el poder de aprobar o denegar las decisiones legislativas tomadas por los parlamentarios electos de la Cámara de los Comunes.
Sin embargo, se supone que existe una regla no escrita que dicta que el monarca no interferirá en asuntos políticos, ejerciendo una función estrictamente ceremonial. La reina se vería con la obligación de aprobar cualquier decisión tomada por el parlamento.
Esto implica resultados negativos para la democracia.
Principalmente, el jefe de Estado no tiene posibilidad de vetar leyes. Se pierde un control vital para la democracia, tal como es el veto ejecutivo en Paraguay y otros países. La creación del puesto de un presidente electo permitiría este control.
El impacto de esta supuesta no involucración en la política por parte del monarca se vio en el 2019. El ex primer ministro Boris Johnson pidió una extremadamente polémica suspensión del parlamento para efectivamente eliminar la oposición al Brexit (la salida de Reino Unido de la Unión Europea). La reina accedió.
Ahora bien, a pesar de la regla no escrita de la no intervención en la política, la familia real ha continuamente usado su poder y posición para ejercer una fuerte influencia sobre los representantes electos para cambiar leyes. En 2021, The Guardian publicó una investigación que demostró que Isabel Windsor logró la inclusión de una excepción personal para ella en una ley de transparencia para que no se supiera el monto total de su fortuna personal.
Además, se han hecho públicas numerosas cartas enviadas a ministros por el nuevo rey Carlos Mountbatten-Windsor, buscando ejercer influencia sobre sus decisiones.
Entonces, los Windsor son jefes de Estado que no han podido velar por la democracia y los intereses del pueblo, pero, en cambio, sí forma parte de una familia que ha usado su influencia para promover sus propios intereses.
Todo esto sin hablar del poder de la cámara alta del país, la Cámara de los Lores, una institución parlamentaria no democrática, repleta de miembros de la aristocracia que heredaron sus escaños, obispos, y miembros vitalicios seleccionados por el primer ministro de turno y el monarca.
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Mientras opino que nuestras opiniones sobre la monarquía no deberían depender demasiado del comportamiento de los individuos que la conforman—es una institución con una corrupción innata que no depende de la corrupción de sus miembros—sí han generado unos cuantos escándalos los Windsor.
El Príncipe Andrés, hijo de Isabel Windsor, fue acusado de abuso de una menor con relación al caso en un largo escándalo sobre el abuso de una menor en relación del caso de Jeffrey Epstein, notorio violador y traficante de menores. Andrés Mountbatten-Windsor le pagó un monto estimado de USD15 millones a, Virginia Giuffre, su acusadora para suspender el proceso jurídico.
Por otro lado, vemos el racismo y condescendencia recurrentes del Príncipe Felipe, marido de Isabel. Entre tantos otros momentos vergonzosos, cuando vino al Paraguay de Stroessner en 1963 dijo: “Es un placer estar en un país donde no gobierna el pueblo”.
Y después, debemos aguantar la interminable serie de bodas, bebés, y peleas internas que caracterizan la industria farandulera que se ha construido alrededor de la monarquía.
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Históricamente, la monarquía sí ha contado con mucho apoyo en Reino Unido, pero hay señales de que esto pueda cambiar. Se cree que la ascensión de Carlos, una figura poco carismática, podría reducir la popularidad de la institución.
Según una encuesta de YouGov, antes de la muerte de Isabel Windsor, la monarquía tenía una aprobación del 61% mientras solo el 25% de población quieren una figura electa. Sin embargo, entre los británicos de 18 a 24 años de edad, el 41% quieren abolir la monarquía mientras solo el 31% apoya su continuación.
Las antiguas colonias del imperio británico—lugares que vieron los peores abusos del imperialismo británico y que generaron incalculables riquezas para la nación europea—ya están avanzando con la tarea de acabar con su vínculo con la monarquía británica. El año pasado Barbados abolió su posición como jefa de Estado, convirtiéndose en República.
El rey sigue siendo monarca de otros 14 países fuera de Reino Unido. Sin embargo, entre ellos, varias islas caribeñas y Australia están debatiendo seriamente la posibilidad de abolición.
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La muerte de Isabel Windsor, y el enorme impacto autoritario que ha implicado en las vidas de los británicos, debe servir como estímulo para fortalecer el republicanismo. Es momento de acabar con el reino, no solamente en Reino Unido (que, por cierto, va a necesitar otro nombre), sino en todos los países donde el monarca británico sigue como jefe de Estado.
Demasiado tiempo aguantamos la carga económica, social, política y moral de esta terrible institución. Basta de mentiras, basta de tanto show, basta de privilegios milenarios. ¡Que viva el republicanismo británico!
Este artículo es una versión actualizada del original publicado en el medio E’a.
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